Gregorio Cervantes inicia el juego, entrega el balón a su ahijado Hugo Cervantes Jr, este al mediocampista Osiel Pérez. |
Por la REDACCIÓN
Gregorio Cervantes Díaz, es el único de los 32 diputados en la LX Legislatura local en la entidad que se mantiene activo como jugador de futbol en la liga Clubes Unidos de Tlaxcala, la de mayor prestigio. Su pasión por el futbol es total.
Es el cuarto de la generación que lleva el mismo nombre que su abuelo paterno, tiene 32 años de edad, no hace mucho nació su hijo, Gregorio V. Es católico y Chiva Rayada de corazón.
En el terreno de juego alcanza nivel, luego de su paso (diez años) en la administración pública municipal donde alcanzó unos kilogramos de más.
En el Smog de Linces de la Universidad Metropolitana de Monterrey, oncena conocida como Los Suavecitos, juega de centro delantero, en el área de penal, de cabeza es fulminante.
Se hace acompañar de su ahijado Hugo Cervantes Junior por el lado derecho y del colmilludo Osiel Pérez en la media cancha, a veces juega al lado de sus hermanos Max y Julio César con quienes se entiende a la perfección desde la zona defensiva.
De hecho, en ocasiones juega en forma temeraria, es decir, al filo del reglamento, en el campo se transforma, con su temperamento contagia a sus compañeros a los que les exige cuando van abajo en el marcador.
Su pasión por el futbol, -que practica desde que era un niño- lo ha llevado a jugar en diferentes equipos de primer nivel en la entidad, los más recientes El Sol de Tlaxcala y Real Zaragoza, donde anotó varios goles de buena manufactura.
El domingo pasado no fue la excepción, defendió los colores de Linces, -literalmente hablando- como una fiera cuando su adversario Ciro Rodríguez lo asechó.
El árbitro Tomás Baños Islas no permitió el juego desleal y optó por expulsar a ambos jugadores del terreno de juego, esto a pesar de los reclamos del respetable.
Luego del juego de 90 minutos que se prolongó a los penales con marcador Linces 4-2 ante Valencia, el diputado por la coalición PRI-PVEM se acercó a ofrecer una disculpa.
Y así fue, concluido el encuentro, la pasión por el futbol del legislador terminó, después el trato de ¡“compadrito!”, apareció y vino la convivencia.
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